TEXTO DEL PREGÓN DE LAS FIESTAS MAYORES DE VALDERROBRES 2008
por Pablo Albesa
Señor alcalde y concejales, Reina de Fiestas y Damas de Honor, vecinos y vecinas de Valderrobres, amigos y amigas todos.
Ha sido un gran honor para mí la designación como pregonero de fiestas de nuestro pueblo. Parece ser que en el Ayuntamiento han pensando que algo podría contar tras 46 años como fotógrafo, siguiendo la vida cotidiana de Valderrobres.
El caso es que, desde que me pidieron que pronunciara el pregón, aparte de la lógica preocupación por mi inexperiencia en hablar ante tantas personas, empecé a hacer un recorrido mental de lo que ha sido mi vida y mi trayectoria laboral, y debo reconocer que tal profundización me ha servido para actualizar muchos recuerdos que quiero compartir con vosotros.
He tenido la suerte de nacer en este magnífico pueblo y haber vivido este gran cambio desde mi niñez.
¡Qué tiempos aquellos!
De las calles de tierra, se pasó al asfalto; desde las carretas y caballerías a los tractores y desde los coches de gasógeno, pasando por el seiscientos, hasta hoy.
Comencé a trabajar como aprendiz a los 14 años en un comercio textil que había en la calle Mayor, recibiendo un salario mensual de 20 duros (duros, no euros). Mi jefe cobraba mil pesetas.
Quince años después me establecí por mi cuenta, alternando el comercio de tejidos con las primeras fotografías, que hice de manera profesional a partir de 1965.
Por aquella época nuestro pueblo era muy diferente al que ahora conocemos: los coches de línea enlazaban con Tortosa, Alcañiz, Ráfales, Peñarroya y la Estación de Ferrocarril, utilizando la calle Mayor como paso circulatorio y la plaza de España como punto de parada.
El Ferrocarril nos permitía llegar hasta La Puebla de Hijar y Tortosa.
Al comienzo del verano venían aquellas abuelas de la ciudad con sus nietos desganados y se pasaban algún tiempo para ver si recuperaban algo de fortaleza.
Los veraneantes se bañaban en el río, ya fuese en el toll de la Margarita o, cuando soltaban el pantano, en el toll de la Fábrica.
Aquí teníamos tantas cosas, ya desaparecidas, como un juzgado de paz y otro de primera instancia, un registro, dos serenos, una comadrona, una central eléctrica, una fábrica de fideos, otra de hielo, gaseosas, sifones e incluso refrescos, otra de aguardiente, una más de yesos y otra de harinas.
También existían un horno de cal, tres molinos de harina, seis tabernas, cinco fábricas de aceite, dos sulfuros, guarnicioneros, tratantes de ganado, esquiladores, capadores, carreteros, turroneros, albarderos, cesteros, hojalateros, barberos y zapateros.
E incluso una zurcidora de medias, 7 sastres y 8 modistas, pues no se conocía la confección y todo se hacía a medida.
La iglesia estaba atendida por un cura propio, asistido por un sacristán, dos organistas, un campanero y un enterrador.
Las escuelas se repartían por todo el pueblo: en la calle Bonaire, al carrer del Mig, en el puente de hierro y el Colegio de las Hermanas.
¡Qué vida tan diferente!
La leche no podía conservarse, por lo que había dos lecherías. El agua corriente no llegaba a las casas, por lo que había tres lavaderos públicos y muchas fuentes. Las casas no tenían teléfono directo, por lo que debían contactar a través de la centralita.
La central de telégrafos era la forma más rápida que teníamos de comunicación a distancia.
Casi no había coches particulares y sólo existían cuatro camiones y los taxis de Juanes y del Sabaté.
Teníamos hasta tres salones de baile, que cerraban durante toda la Cuaresma. Y como hasta los dieciséis años no nos dejaban entrar en el baile, bailábamos en una acera ancha que había en la calle de la Sala de la Sociedad, cuyo presidente era don Santiago Gómez y posteriormente Vicente Pallarés.
Los domingos al salir del cine o del fútbol íbamos todos los amigos a casa Vallejo que era el único que tenía aparato de radio a oír los partidos y algún sábado después de cenar, íbamos a cantar a alguna novia.
Eran los años de las famosas charlotadas que preparaban Campanals y Luis de Melchor y de las dos espléndidas carrozas que hacían entre Colores, Jaime y Álvaro para las reinas y damas de aquí y para la reina y damas de la Colonia Catalana.
El día 1 de julio de 1953, como el fútbol local había desaparecido, entre un grupo de amigos creamos un club con José María Griñó de presidente, Alberto Gargallo de secretario, yo mismo de tesorero, Eladio Gil y Antonio Masiá como vocales, Enrique Siurana como encargado del material y Luis Boné como entrenador. Se jugaba con botines y no todos eran nuevos, pero, gracias a que Manolo Siurana “el Chuto” nos prestó 1200 pesetas, el zapatero Espaventa hizo once pares de botas para todo el equipo.
Al cabo de dos o tres temporadas los maestros don Santiago y don Joaquín Costa se hicieron cargo de todo. Yo, con el botiquín, todavía seguí los desplazamientos con el camión de Soriano unos años más.
Los forasteros sólo venían de feria a feria, excepto los tratantes que venían una semana antes y se marchaban una semana después.
La tienda más visitada era la Ferretería Falgás que tenía un método muy bueno para que nadie pudiera marcharse sin pagar: abría las puertas, se llenaba la tienda y en cuanto estaban todos despachados abrían de nuevo.
En mi profesión de fotógrafo, por la que todos me identificáis, he realizado el reportaje de 982 bodas, de las que recuerdo especialmente tres: una en el Gran Hotel de Zaragoza, otra en la Villa Dolores de Castellón y otra en el Meliá Princesa de Madrid.
Participé en algunos concursos fotográficos y obtuve diversos trofeos entre los que guardo especial recuerdo del que me concedió el Diario Pueblo de Madrid y el Primer Premio Regional de la Caja de Ahorros en 1966, que estaba dotado con 10.000 pesetas.
También me causaron gran alegría la visita de Sus Majestades los Reyes de España, a quienes tuve la ocasión de regalar una botella de coñac, y el reportaje fotográfico de la consagración del Obispo Omella en la Basílica del Pilar de Zaragoza.
Y en estos momentos tengo la gran ilusión de realizar una selección fotográfica de los últimos 46 años de la historia de nuestro pueblo.
Mi agradecimiento a los distintos quintos y quintas que año tras año hemos compartido las diversas tareas de las fiestas.
Mi agradecimiento también a las tres generaciones con las que he compartido mi profesión: a los padres que fotografié en sus bodas. A los hijos que fotografié en su bautizo, comunión y boda. Y a los nietos que fotografié en su bautizo y comunión.
Gracias a todos.
¡Viva Valderrobres!
¡Viva les Festes de Agost!
Ha sido un gran honor para mí la designación como pregonero de fiestas de nuestro pueblo. Parece ser que en el Ayuntamiento han pensando que algo podría contar tras 46 años como fotógrafo, siguiendo la vida cotidiana de Valderrobres.
El caso es que, desde que me pidieron que pronunciara el pregón, aparte de la lógica preocupación por mi inexperiencia en hablar ante tantas personas, empecé a hacer un recorrido mental de lo que ha sido mi vida y mi trayectoria laboral, y debo reconocer que tal profundización me ha servido para actualizar muchos recuerdos que quiero compartir con vosotros.
He tenido la suerte de nacer en este magnífico pueblo y haber vivido este gran cambio desde mi niñez.
¡Qué tiempos aquellos!
De las calles de tierra, se pasó al asfalto; desde las carretas y caballerías a los tractores y desde los coches de gasógeno, pasando por el seiscientos, hasta hoy.
Comencé a trabajar como aprendiz a los 14 años en un comercio textil que había en la calle Mayor, recibiendo un salario mensual de 20 duros (duros, no euros). Mi jefe cobraba mil pesetas.
Quince años después me establecí por mi cuenta, alternando el comercio de tejidos con las primeras fotografías, que hice de manera profesional a partir de 1965.
Por aquella época nuestro pueblo era muy diferente al que ahora conocemos: los coches de línea enlazaban con Tortosa, Alcañiz, Ráfales, Peñarroya y la Estación de Ferrocarril, utilizando la calle Mayor como paso circulatorio y la plaza de España como punto de parada.
El Ferrocarril nos permitía llegar hasta La Puebla de Hijar y Tortosa.
Al comienzo del verano venían aquellas abuelas de la ciudad con sus nietos desganados y se pasaban algún tiempo para ver si recuperaban algo de fortaleza.
Los veraneantes se bañaban en el río, ya fuese en el toll de la Margarita o, cuando soltaban el pantano, en el toll de la Fábrica.
Aquí teníamos tantas cosas, ya desaparecidas, como un juzgado de paz y otro de primera instancia, un registro, dos serenos, una comadrona, una central eléctrica, una fábrica de fideos, otra de hielo, gaseosas, sifones e incluso refrescos, otra de aguardiente, una más de yesos y otra de harinas.
También existían un horno de cal, tres molinos de harina, seis tabernas, cinco fábricas de aceite, dos sulfuros, guarnicioneros, tratantes de ganado, esquiladores, capadores, carreteros, turroneros, albarderos, cesteros, hojalateros, barberos y zapateros.
E incluso una zurcidora de medias, 7 sastres y 8 modistas, pues no se conocía la confección y todo se hacía a medida.
La iglesia estaba atendida por un cura propio, asistido por un sacristán, dos organistas, un campanero y un enterrador.
Las escuelas se repartían por todo el pueblo: en la calle Bonaire, al carrer del Mig, en el puente de hierro y el Colegio de las Hermanas.
¡Qué vida tan diferente!
La leche no podía conservarse, por lo que había dos lecherías. El agua corriente no llegaba a las casas, por lo que había tres lavaderos públicos y muchas fuentes. Las casas no tenían teléfono directo, por lo que debían contactar a través de la centralita.
La central de telégrafos era la forma más rápida que teníamos de comunicación a distancia.
Casi no había coches particulares y sólo existían cuatro camiones y los taxis de Juanes y del Sabaté.
Teníamos hasta tres salones de baile, que cerraban durante toda la Cuaresma. Y como hasta los dieciséis años no nos dejaban entrar en el baile, bailábamos en una acera ancha que había en la calle de la Sala de la Sociedad, cuyo presidente era don Santiago Gómez y posteriormente Vicente Pallarés.
Los domingos al salir del cine o del fútbol íbamos todos los amigos a casa Vallejo que era el único que tenía aparato de radio a oír los partidos y algún sábado después de cenar, íbamos a cantar a alguna novia.
Eran los años de las famosas charlotadas que preparaban Campanals y Luis de Melchor y de las dos espléndidas carrozas que hacían entre Colores, Jaime y Álvaro para las reinas y damas de aquí y para la reina y damas de la Colonia Catalana.
El día 1 de julio de 1953, como el fútbol local había desaparecido, entre un grupo de amigos creamos un club con José María Griñó de presidente, Alberto Gargallo de secretario, yo mismo de tesorero, Eladio Gil y Antonio Masiá como vocales, Enrique Siurana como encargado del material y Luis Boné como entrenador. Se jugaba con botines y no todos eran nuevos, pero, gracias a que Manolo Siurana “el Chuto” nos prestó 1200 pesetas, el zapatero Espaventa hizo once pares de botas para todo el equipo.
Al cabo de dos o tres temporadas los maestros don Santiago y don Joaquín Costa se hicieron cargo de todo. Yo, con el botiquín, todavía seguí los desplazamientos con el camión de Soriano unos años más.
Los forasteros sólo venían de feria a feria, excepto los tratantes que venían una semana antes y se marchaban una semana después.
La tienda más visitada era la Ferretería Falgás que tenía un método muy bueno para que nadie pudiera marcharse sin pagar: abría las puertas, se llenaba la tienda y en cuanto estaban todos despachados abrían de nuevo.
En mi profesión de fotógrafo, por la que todos me identificáis, he realizado el reportaje de 982 bodas, de las que recuerdo especialmente tres: una en el Gran Hotel de Zaragoza, otra en la Villa Dolores de Castellón y otra en el Meliá Princesa de Madrid.
Participé en algunos concursos fotográficos y obtuve diversos trofeos entre los que guardo especial recuerdo del que me concedió el Diario Pueblo de Madrid y el Primer Premio Regional de la Caja de Ahorros en 1966, que estaba dotado con 10.000 pesetas.
También me causaron gran alegría la visita de Sus Majestades los Reyes de España, a quienes tuve la ocasión de regalar una botella de coñac, y el reportaje fotográfico de la consagración del Obispo Omella en la Basílica del Pilar de Zaragoza.
Y en estos momentos tengo la gran ilusión de realizar una selección fotográfica de los últimos 46 años de la historia de nuestro pueblo.
Mi agradecimiento a los distintos quintos y quintas que año tras año hemos compartido las diversas tareas de las fiestas.
Mi agradecimiento también a las tres generaciones con las que he compartido mi profesión: a los padres que fotografié en sus bodas. A los hijos que fotografié en su bautizo, comunión y boda. Y a los nietos que fotografié en su bautizo y comunión.
Gracias a todos.
¡Viva Valderrobres!
¡Viva les Festes de Agost!
(Valderrobres, 14-VIII-08)
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